El instante invisible del net.art
Remedios Zafra


“érase una vez”:

que éramos artistas e íbamos a la deriva y que un día llegamos al erial virtual. Pensamos que en esta tierra de nadie -pero de todos- daríamos por cumplidos muchos de los sueños emancipatorios que, aburridos de los objetos, nos quisimos imaginar. Nos dio por lo inestable, lo virtual, lo inmaterial, lo re-codificable, ... todo online para asegurar un distanciamiento del lastre del pasado: los objetos y la materia, los muros de la tradición ... todo aquello que habíamos intentado matar consecutivas veces a lo largo de nuestra deriva finisecular.

Acólitos y epígonos de Duchamp nos reafirmamos como amantes de la actualidad y “constructores de nuestro propio tiempo”. Trabajamos unos años, pero todo iba tan rápido que en menos de una década pudimos afirmar, reafirmar e incluso renegar de nuestras ideas. Llegó el 2000 y como no pasó nada relevante nos aburrimos de nuevo. A algunos les hicieron suculentas ofertas para exponer su net.art en importantes museos. Otros vieron como algunas de sus primeras obras no pudieron (ni quisieron) ser recuperadas en nuevos formatos y amenazan ahora con ser fetichizadas en el viejo ordenador de algún devoto de lo aurático. Nada era como al principio... pero sobre todo nos aburríamos.

Por sí las contradicciones no habían sido arma mortal sobre el net.art algunos llamaron al Angel Nuevo para que buscase sus cenizas, y se llevara el “objeto perdido, la ausencia”... tal vez así se pudiera salvar “el rostro ausente de la amada”, de la “puta” de “érase una vez”. (Pero como también intentamos matar la historia no sabemos si el Angel Nuevo vendrá ... ni siquiera sabemos si sigue existiendo).

Sobre la historia del net.art

Hablar sobre las prácticas artísticas de la red supone enfrentarnos a la breve historia de “una contradicción”. El net.art en un principio concebido como un campo social alternativo donde “el arte y la vida diaria estaban fusionados” y que promovía un espíritu anti-institucional, forma parte ya del arte de las instituciones.

La relación que las prácticas artísticas características de la red han mantenido con los sistemas y espacios de conservación y exposición del arte convencionales ha marcado su historia. Una relación ésta de pasiones y recelos, que ya en 1999, y coincidiendo con la primera y más importante muestra de net.art celebrada hasta la fecha (Net_condition), proclama su punto cero, a partir del cual (recordemos a Kafka) parece no haber retroceso posible. Un punto para algunos referente del comienzo de la historia institucional de las prácticas artísticas de la red, un punto para otros referente de la muerte de estas prácticas cuyo sentido de ser, no lo olvidemos, se legitima(ba) siempre en la red, y cuyo sentido crítico ha cuestionado los sistemas convencionales de exposición artística de cuya historia -el net.art- ha comenzado ya a formar parte.

Todo ello puede ser entendido, en términos vitales, como una fase inevitable en el proceso de maduración de las prácticas artísticas de la red, en cuyo caso no tendría mayor relevancia pues su consideración institucional no impediría su desarrollo artístico en las redes de comunicación, digamos que ambos caminos no serían incompatibles. Sin embargo también puede ser entendido como una claudicación de esta nueva fuerza artística ante aquello que durante los últimos años ha criticado y en cuyo jactarse ha basado muchas de sus inquietudes, especialmente el cuestionamiento de los sistemas tradicionales de exposición del arte. Visto de esta manera podríamos otorgar al net.art el título de próximo pasajero del museo-ataúd de las artes agotadas, en cuyo caso sólo nos quedaría disfrutar la escritura de una esquela memorable y aceptar un muerto (de contradicción) más en un siglo especialmente amante de gestos últimos.

Elegir esta segunda lectura pondría punto final a esperanzas emancipatorias y materializaciones de teorías radicales en relación a las posibilidades de las prácticas artísticas de la red, además nos ahorraría, entre otras cosas, especular sobre el futuro del net.art y derrochar palabras que no pasarían de ser la confirmación de un desenlace. Elegir la primera lectura conscientes de la segunda sería mantener una verdad a medias.

Cansados de un siglo consentidor de falsas verdades, pensamos que analizar la realidad de las prácticas artísticas de la red y repensar los sistemas de hacer público el arte significa hacerlo conscientes de su complejidad, para ello no podemos obviar ningún planteamiento por contradictorio que éste pueda parecer.

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Podemos preguntarnos si estamos obligados a seguir legitimando una función que en algunos casos puede no ser necesaria, por el temor -tal vez- de ver cumplidos estos ideales emancipatorios del arte y entonces dejar de hablar de artistas y museos en los mismos términos en los que hemos hablado hasta ahora.

Poco parece importar convertir la ‘contextualización’ de la obra en ‘distorsión’ de la misma. Si las audiencias son muchas pero están aisladas y separadas entre sí, si el ámbito es otro, si las pretensiones artísticas contemplan y crean “dentro de” y “para un” contexto en red, lo que se está llevando a los museos puede ser interesante por otros motivos pero no por respetar el sentido de las obras.

Recordemos la advertencia que Walter Benjamin dice le hicieron antes de comenzar un programa de radio: “Los principiantes (...) cometen el error de creer que han de dar una conferencia ante un público más o menos numeroso aunque circunstancialmente invisible. Nada más equivocado. El radioyente es casi siempre uno sólo, e incluso admitiendo que le escuchen varios miles, siempre serán varios miles de individuos (...) (de) personas solas”. Como las conferencias radiofónicas las obras de net.art se crean para una audiencia de individuos, de personas solas, en contextos privados. Extrapolarlas a entornos públicos en la manera en que esto ha sido hecho las distorsiona y las convierte en “otra cosa”. Que esta “otra cosa” pueda ser concebida como parte de la obra de net.art, como una de las posibles lecturas (contextuales) que definen su carácter abierto es algo que proponen algunos net.artistas, aunque no deja de parecer una justificación del que se descubre preso de su propia contradicción.

La paradoja aumenta cuando entran en juego los discursos que han caracterizado algunas de las más relevantes prácticas artísticas del siglo XX y que parecían haber culminado con el net.art. Es decir, cuando los artistas basan sus proyectos en la capacidad reproductiva propia de la fabricación industrial y de los medios de masas, argumentando un compromiso epocal con la tecnología y las formas de distribución del momento, e ilustrando las tesis benjaminianas sobre la pérdida del aura de la obra, en manos de las transformaciones técnicas de los dispositivos que organizan su difusión y distribución pública.

La problematicidad de llevar a la práctica estas inquietudes parece aliarse con el progreso, de manera que aquellos que quieran buscar componentes exclusivos siempre podrán beneficiarse de la rapidez con que los objetos en serie y el software son suplantados por otros (en una sociedad cuya tecnología va sin duda más rápida que los cambios ideológicos y, por supuesto, que los debates artísticos). Más si cabe cuando los cambios tecnológicos aún permitiendo la recuperación de datos en los soportes más actuales modifican los detalles en relación al dispositivo original (detalles que pueden ser definitivos para la obra artística).

Todo ello además de cuestionar el sentido original de los trabajos (muchos pretendidamente efímeros) nos habla de una inversión de las estrategias. Pensemos cómo muchos proyectos artísticos que critican las formas de hacerse público el arte basadas en los sistemas estéticos cerrados del objeto artístico y la mercantilización del mismo, no solamente caen en las redes del comercio sino que se revalorizan. El, en un principio, compromiso con nuestro tiempo y con las determinaciones técnicas de los objetos que nos rodean (propias del trabajo con productos fabricados en serie) podría, curiosamente, convertirse en sustituto del valor que antes se le daba al “original”, es decir un valor añadido para los que siguen fetichizando el objeto artístico.

Tal vez en un futuro no lejano podamos asistir a la compra millonaria de uno de los ordenadores que utilizaron los I/O/D para crear su Web Stalker o del software original de su primera versión almacenado en alguna mediateca. Y esto podría pasar, no necesariamente por las concesiones de los artistas, sino por el desfase entre las ideologías de los artistas y las realidad institucional y comercial. En un momento en que gran parte de la tecnología actual habrá quedado obsoleta muchos amantes del futuro net.art, paradójicamente a su fervor (progresista) artístico-tecnológico, seguirán manteniendo ideologías (auráticas) propias del siglo XIX. Estas contradicciones se darán entretanto el progreso tecnológico no vaya acompañado de un cambio de las ideologías y políticas en torno al hacerse público del arte.

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Tal vez una posible solución a esta situación y que entraría dentro del hecho del “repensar la institución museística” ha de partir de los nuevos modelos de sociedad que aceptan la desubicación y diseminación de la recepción estética y su desvinculación de las estructuras arquitectónicas museísticas para trasladarlas a los entornos domésticos y al ámbito privado. Posiblemente su papel (el de las instituciones) habría de encaminarse más a las nuevas prácticas desde el comisariado y la promoción de líneas de investigación y ‘producción’ artística en los nuevos medios que a la recontextualización y distorsión de las propuestas en el mantenimiento de una línea arcaica y obsoleta de exhibición de objetos en espacios físicos. De esta manera se contribuiría a la promoción y difusión de las nuevas prácticas resituando la contribución institucional allá donde más se precisa.

Curiosamente esta labor ha sido desarrollada desde la red por parte de iniciativas que han actuado verdadera y legítimamente como puerta de acceso y plataforma de producción del net.art (websites como adaweb, irational, o nuestro paradigmático aleph). Repensar y contemporaneizar la muestra pública de las nuevas prácticas no debe obviar esta labor, y por supuesto no puede limitarse al reciclado de los soportes exhibitorios, sino que ha de obligarse a “pensarse” de manera diferente, desde las exigencias de las nuevas prácticas y desde la valoración de los nuevos dispositivos que han alojado, promocionado y hecho público el net.art.

La evolución de gran parte de estos espacios online (que surgieron de iniciativas con muy poco dinero, desde cuya posición ejercían una crítica considerable hacia las formas en que las macro-empresas estaban invirtiendo grandes sumas en estrategias de monopolización de la red) ha sido particularmente significativa en la historia de las prácticas artísticas de Internet. De hecho algunas de sus trayectorias son similares a las experimentadas por obras de net.art que fueron creadas con un evidente posicionamiento crítico ante lo institucional y terminaron siendo adquiridas para la colección de algún museo.

Pensemos en Adaweb, por ejemplo, que, después de una serie de traspiés comerciales, terminó siendo alojada por el Walker Art Center, y presumiblemente salvada de una inminente desaparición. O un caso distinto: Aleph, que sigue resistiendo a la vorágine comercial, y cuyo futuro (institucional o no) nos preocupa a muchos. No olvidemos que el mantenimiento activo de estos dispositivos culturales, depende exclusivamente del interés y la dedicación personal, en el mejor de los casos de tres o cuatro personas, normalmente sin apenas apoyo económico. Como el “perfecto efímero del canto del Angel Nuevo” aquel en que Cacciari representaba simbólicamente el Aleph originario, Aleph parece no esperar nada, no implorar nada, sino seguir en el instante “donde el sonido del objeto y del nombre ya no dis-curre” donde se vuelve meramente intérprete.

Reflexionar sobre su labor e imaginar su futuro forma parte de la historia pendiente del net.art. A partir de ellos tal vez podamos vislumbrar vías de investigación y caminos por hacer en la vida pública de las prácticas artísticas de la red. Vías que contemplen la versatilidad de las futuras (posibles) constelaciones (microespacios) de acción (exhibición y producción) de las nuevas plataformas del arte de la red.

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Esbozar un status quo de la situación del net.art y de si las amenazas que hemos ido apuntando han podido o podrán firmar su acta de defunción, significaría hacerlo conscientes de la dificultad que supone avecinar el futuro más cercano, y tal vez hayamos de entender este gesto como un escarceo en lo puramente intuitivo. En cualquier caso parece que, pese al varapalo de la incoherencia (¿o será supervivencia?) de los pioneros del net.art que justificaban sus proyectos en la clausura del vínculo institucional, del que ahora, paradójicamente, viven, pese a net_condition, y pese a las contradicciones que alimentan las prácticas artísticas de la red, nuestro desvirgado erial virtual sigue dibujándose como sugerente espacio para la acción artística.

Conscientes de que la red Internet no es la panacea ni para el arte ni para el ser humano, como tampoco lo es ninguna tecnología per se, perviven, todavía, muchas de las posibilidades que en un primer momento animaron a los artistas a indagar cómo los sistemas de comunicación podían reflejar el espíritu de esta época que vivimos. y cuestionar muchas de las preguntas que han guiado al arte en este siglo que termina. Esas posibilidades siguen estando, y aunque su materialización en algunas prácticas concretas de la red han podido decepcionarnos, otras muchas materializaciones, tal vez más implicadas social y políticamente, siguen dándose en la red. De ellas podemos esperar nuevas estrategias para maniobrar libremente en un entorno que sigue estando amenazado por la homogeneización y banalización de lo espectacular.

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Lejos de las esperanzas liberadoras de las vanguardias artísticas reubicadas en Internet, y superadas las falsas promesas y consecutivas muertes del arte de este siglo, el net.art se proclama, todavía, imprescindible como uno de los vigías del tecnopaisaje de las redes de comunicación. Después de estos años de experimentación y metalenguaje la labor artística en Internet no ha agotado el medio, en cuanto que el medio se está constituyendo en espacio y como tal incrementa las posibilidades de acción y consolidación de nuevas estrategias y proyectos que nos sirvan y que nos gusten más.

Conscientes del sentido profundo e inevitable de la fragilidad de la vida que llevamos y que llevan las ideas y creaciones del ser humano. Podemos entender que el net.art no es sino un momento de la deriva artística de la vida del arte de las redes de comunicación y, pese al devenir mutado que le espera, sigue siendo -como huella en la tierra- un signo de auto-reflexividad del momento epocal que vivimos, ... época veloz cuyo himno es el sonido mismo del instante, el himno del ángel del que nos habla Cacciari, que surge como “lágrima pura de una extrema lentitud, que revela nuestra nostalgia del instante invisible del himno del Angel Nuevo y nuestro luto por la necesaria repetición de sus muertes”.