La cultura pública digital de Amsterdam. Sobre las contradicciones entre los usuarios. |
Geert Lovink y Patrice Riemens |
A finales de los ochenta el (tristemente) célebre movimiento de okupas de Amsterdam, que había dominado la vida sociocultural de la década anterior, se había disuelto en las calles de la ciudad, pero su modo de operar, autónomo y a la vez pragmático, se había infiltrado en la forma de actuar de las instituciones culturales más progresistas. Fue entonces cuando los centros culturales 'Paradiso' y 'De Balie', que se encontraban a la vanguardia de la política cultural local, abordaron el tema de la "cultura tecnológica" en su programa. Al principio, esto se manifestó en una observación crítica, aunque algo pasiva, de las tecnologías que nos rodean y de los riesgos implícitos, pero pronto derivó hacia un enfoque más práctico, una especie de aplicación autodidacta de estas tecnologías. La tecnología ya no se consideraba terreno exclusivo de la ciencia, de los grandes negocios o del gobierno. Se podía convertir en una tarea casera en la que podían participar grupos o individuos normales. Con la disponibilidad a gran escala de hardware y componentes electrónicos había surgido un amplio conjunto de usuarios que dedicaban este equipo a aplicaciones que se podrían considerar de "baja tecnología" y que dieron lugar a gran cantidad de manifestaciones videoartísticas, radios piratas y cadenas de televisión con acceso gratuito para el público, así como a acontecimientos culturales de mucho éxito en los que se reorganizaba la tecnología y se hacía uso de ella de modo imaginativo. Esta época también fue testigo del nacimiento de las redes electrónicas. Éstas, por supuesto, ya eran utilizadas por el ejército, la banca, el mundo de las finanzas, y la universidad. Un puñado de aficionados de a pie a los ordenadores llevaba ya algún tiempo creando un mosaico con los llamados "tablones de anuncios electrónicos" -bulletin boards systems (BBS)- pero fueron las reiteradas y muy publicitadas intrusiones de los hackers en la gran red conocida como Internet lo que introdujo en el debate político el tema de la comunicación electrónica para las masas. Así surgió la demanda de acceso para el público. Sin embargo, la situación de Amsterdam era especial por el grado de organización de los hackers y por su voluntad de crear entre sus filas un movimiento social abierto. Esto les permitió comunicarse con un público más amplio y negociar su aceptación en la sociedad general por medio de periodistas, mediadores culturales, algunos políticos e incluso algunos miembros de la policía con visión de futuro. Tras la sobrecogedora performance del célebre "Club del caos informático" -Chaos Computer Club (CCC)- alemán que se celebró en Paradiso en otoño de 1988, estaba preparado el escenario para el Galactic Hackers Party (Fiesta Galáctica para Hackers), la primera convención abierta, pública e internacional de hackers en Europa, que se celebró en agosto de 1989, también en Paradiso. A partir de entonces, los hackers se han colocado hábilmente entre los artistas mediáticos, los militantes y los trabajadores culturales e incluso han empezado a obtener el reconocimiento de algunos sectores del mercado de la informática. El concepto de los medios públicos en Amsterdam ya estaba bastante establecido gracias a la extraordinaria penetración de la difusión por cable (tanto de radio como de televisión; esta difusión llegaba a más del 90% de los hogares a mediados de los años ochenta). Este sistema KTA de transmisión por cable era propiedad de las autoridades municipales, que lo habían puesto en marcha. Se gestionaba como un servicio público y tanto la programación como las tarifas las establecía el ayuntamiento. El ayuntamiento también había legislado que dos canales estarían a disposición de grupos minoritarios y de artistas, en parte como forma de controlar la desaforada experimentación de las televisiones piratas. De este modo surgieron varias iniciativas cuyas propuestas, por decirlo de la forma más suave, eran muy diferentes de las de la programación habitual de las cadenas de más difusión. Este peculiar tipo de "televisión comunitaria" no optó por una adaptación amateur del periodismo profesional sino que adoptó el enfoque callejero propio de Amsterdam, que se caracterizaba por ser "directo" tanto en lo artístico como en lo político. Aunque se logró eliminar a casi todas las televisiones piratas, ahora incorporadas, se toleró la presencia en las ondas de tres emisoras de radio pirata no lucrativas y dedicadas a la cultura. Todo esto produjo una atmósfera mediática consciente del entorno político y de su papel en él, técnicamente desinhibida y sobre todo, económicamente viable, algo que venía apoyado por la proliferación de pequeños colectivos especializados y no comerciales en el campo de la música electrónica, como "STEIM", en el del videoarte, como "Montevideo" con un enfoque general y "Time Based Arts" con un enfoque más comprometido políticamente, y de revistas tecnoculturales como "Mediamatic". Este desarrollo contribuyó a crear una cultura mediática en Amsterdam que no está determinada por un populismo inspirado por lo comercial, ni formada por un elitismo cultural esnob. Los distintos participantes y las instituciones del campo consiguen subvenciones de los órganos habituales de financiación y de las agencias del gobierno pertinentes, pero han logrado mantener su independencia gracias a una forma de operar que depende del trabajo voluntario y a un enfoque caracterizado por la baja tecnología (o tecnología casera) y presupuestos reducidos. Además los cambios en los hábitos de financiación, que se alejan de la antigua práctica de subvencionar reiteradamente a un mismo grupo y pasan a centrarse en la financiación de proyectos concretos de acuerdo con la ideología de mercado en auge, dejaron sus huellas en el formato de estas actividades. De este modo se han podido producir muchos proyectos de pequeña escala, pero se ha limitado la creación de estructuras más permanentes. Esto a su vez ha potenciado la prevalencia de una actitud espontánea e innovadora y de un espíritu de profunda temporalidad, y ha facilitado el despliegue de la "estética rápida y sucia" de grupos como TV 3000, Hoeksteen, Park TV, Rabotnik y Bellissima (todos ellos activos en el "espacio público de emisión" que les facilita el canal por cable "SALTO"). Este clima de espontaneidad también ha tenido como resultado la falta de vínculos directos entre la cultura de los nuevos medios y la elite política, eliminando así toda influencia. Este tipo de cultura mediática se ve como una zona intermedia de paso, no como una manifestación de la democracia parlamentaria. En Amsterdam los medios de acceso público no son un instrumento en las manos de la clase política, lo que, por otra parte, no significa que sean apolíticos por definición. Mientras tanto, los activistas electrónicos estaban preparados para el siguiente paso, la apertura de Internet y el establecimiento de su uso generalizado. El movimiento de hackers que operaban bajo el nombre grupo "HackTic" (movimiento que también publicaba una revista con ese mismo nombre cuyas "revelaciones" técnicas enojaron tanto a los jefes de la telecom) dieron un golpe consiguiendo de la red universitaria neerlandesa el permiso para conectarse oficialmente a Internet y revender los derechos. Lo que nadie había previsto, ni siquiera los propios "empresarios" en ciernes, los hackers, era que ya el primer día les quitarían de las manos las 500 cuentas que constituían la base inicial de la HackTic Network. Desde entonces se estableció una especie de norma en los países Bajos que promulgaba el acceso gratuito a la Internet. Esto, combinado con el conocimiento tecnológico de los hackers, creó una situación en la que la iniciativa comercial seguiría la situación de diversidad creativa y se beneficiaría de ella, en vez de aprovecharse del auge de Internet y hacer dinero rápido sin motivación para innovar o sin preocuparse por la participación pública. (Entretanto, la iniciativa de los hackers se convertía en un negocio muy rentable que llamaron "Xs4all" --"access for all"-- que actualmente constituye el tercer proveedor de Internet más importante de los Países Bajos, y el único de sus características que no depende de las compañías de telecomunicaciónes.) Estos acontecimientos no pasaron inadvertidos a los miembros más avezados del gobierno que se mantuvieron al acecho de nuevas formas de modernizar la infraestructura económica del país con la llegada del proceso de globalización. Ya que la comunicación electrónica también se consideraba al mismo tiempo una posible amenaza en el campo de la ley y el orden, se adoptó un enfoque con dos ángulos, por un lado pretendía mantener la amenaza bajo control y por otro, incorporar a los "niños prodigio". En 1993 el parlamento aprobó leyes referentes a "delitos informáticos" que eran bastante amplias y bastante duras a la vez. La segunda gran convención de Hackers en los Países Bajos "Hacking at the End of the Universe" (HEU)-, reaccionó ante este clima de potencial represión con una ofensiva centrada en crear una buena imagen. Subrayando el aspecto referente a las libertades públicas, se formó una coalición entre «activistas informáticos» y participantes de otros medios, de la cultura y de los negocios que no querían convertirse en meros consumidores del programa de contenido y contexto establecido por las grandes corporaciones. La idea principal era que los artistas, los programadores y otras personas interesadas podían, si actuaban lo suficientemente pronto, dar forma a la arquitectura de la red, o al menos influir en ella. Casualmente, ésta suele ser una de las estrategias favoritas de los primeros adeptos y es una de las maneras de ejercer poder en el terreno ideológico durante el proceso de creación de proyectos influyentes., una estrategia que en alemán adopta el nombre apropiado, aunque algo críptico, de "tomar en las manos la definición de la situación" ("Die Definition der Lage in die Hand nehmen") Mientras tanto, los políticos elegidos democráticamente estaban luchando con otro problema "situacional": el del lugar que ellos mismos ocupaban en medio del rápido desvanecimiento del apoyo de la población y del deterioro de su credibilidad. Se culpó de ello (no sorprendentemente) a una "falta de comunicación", cuyo antídoto instantáneo de repente parecía consistir en una sustancial dosis de "nuevos medios". El centro cultural De Balie no desaprovechó la idea y se dirigió al ayuntamiento con una propuesta para una red gratuita que comunicase a los habitantes de la ciudad a través de Internet con el fin de que "establecieran un diálogo" con sus representantes y los legisladores. El sistema lo instalaría el personal de HackTic Network, el único grupo disponible con conocimientos tecnológicos suficientes y cuyos servicios se podían permitir pagar. La "ciudad digital" de Amsterdam (DDS, 'De Digitale Stad') fue lanzada en enero de 1994 como un experimento de diez semanas en democracia electrónica. La respuesta del público fue apabullante. En poco tiempo "todo el mundo" se comunicaba con todos los demás. Con una sólo excepción: los políticos no llegaron a tiempo al nuevo medio. Así, la "ciudad digital" consiguió lo que se podría llamar una "masa crítica" (y después de esas 10 semanas se deshizo discretamente de la categoría de "experimental") cuando, al diversificarse tanto su base de usuarios, pudo optar tanto por una diversidad descentralizada (oportunidad que aprovechó) como por ser totalmente independiente de todo intento por parte de la dirección de influir en sus actividades, intentos a los que sería totalmente inmune. Esta peculiar variante del "efecto red" sólo se puede lograr de modo completo si la infraestructura opera como una herramienta y no como una estructura restrictiva y si se acepta la existencia de sistemas de valores rivales y a veces opuestos entre los usuarios. De modo deliberado o no, ésta se convirtió en la política tácita de la "ciudad digital", en la que hay unidades semiautónomas incluso a nivel directivo. El resultante clima de tolerancia productiva, que contrasta con la tolerancia represiva, da pie a todo tipo de iniciativas, desde las más controvertidas a las extraordinariamente extravagantes, un clima que nos recuerda al modelo "islas en la red" ('Islands in the Net'). Otra consecuencia es que la "ciudad digital" no se circunscribe a un ámbito único y dominante (aunque hay círculos sociales más pequeños que se centran alrededor de canales de chats, cafés o entornos multiusuarios, MOO). Este modelo sigue en gran medida las pautas del modelo de funcionamiento dominante en la cultura (digital) de Amsterdam en general. Pero, ¿cómo se define el público dentro del ámbito de una "cultura pública digital"? Debería resultar evidente que este público no forma necesariamente un grupo de opinión idéntico al de los medios tradicionales, los ocupantes del ámbito público (en el espacio real) o al del electorado en general. Incluso si los principios básicos del ámbito público (en especial su ética) se pueden transmitir al ciberespacio, su forma de aplicación está aún en gran medida por diseñar... y ponerse en práctica. En Amsterdam hemos aprendido que el contar con conocimientos informáticos sigue constituyendo una importante barrera que determina tanto a los agentes como sus acciones. La cultura digital de los noventa sigue siendo un área reservada para los fenómenos y los hackers, los estudiantes, los profesionales de los medios y para una serie de personas que se han molestado en aprender el idioma de la informática. Los ciudadanos en general aún están en el umbral de este mundo (sin embargo es alentador ver la proporción de mujeres usuarias que hay, aunque la mayoría pertenezca a los grupos que mencionaba antes). Todavía parece difícil concebir que esta mayoría pueda algún día acceder plenamente a este mundo como algo más que consumidores pasivos, en una nueva versión de la era televisiva. Nuestra búsqueda de alternativas se encuentra todavía obstaculizada por los "mitos fundacionales" de la red que nos hablan de una época en la que todo el mundo era un participante activo y todo era público. En aquella época el freeware y el shareware eran las normas, casi se consiguió una economía de generosidad perfecta, y la ausencia de autoridad salvaguardaba la privacidad y garantizaba el mantenimiento de los valores morales. Este mito, por supuesto, camufla el hecho de que los usuarios de aquella época contaban con una gran capacidad en el manejo de los ordenadores y eran menos representativos incluso que ahora de la población en general. Este modelo de "democracia ateniense" engendra automáticamente su propia historia de irremediable declive. Este modelo no podía canalizar de forma positiva la masificación del uso de la red, masificación que el modelo mismo había fomentado. Hasta ahora, casi todas las iniciativas "digitales" en Amsterdam han intentado de manera más o menos premeditada escapar de esta paradoja. En la mayor parte de los casos, esta política fue eficaz cuando se basó en un pragmatismo organizativo bien establecido vinculado a un entorno mediático tradicionalmente no lucrativo. En estos casos las claves eran las mismas: la heterogeneidad se daba por sentada, las grandes expectativas brillaban por su ausencia y la intervención de las altas esferas se redujo al mínimo. Éstas siguen siendo las premisas básicas de la situación en la actualidad. La siguiente cuestión, por supuesto, es hasta qué punto es aconsejable la creación de una dimensión pública digital y hasta qué punto es "realizable". Este debate no deja de ser parecido al debate sobre la dimensión pública urbana, y a veces intervienen los mismos elementos. La gran diferencia, al menos en los Países Bajos, es que hasta ahora el Estado no ha accedido a administrar, diseñar o siquiera financiar el sector público del ciberespacio. Todo lo contrario, lo que ha conducido a la adopción de un enfoque más o menos económico de las oportunidades que nos ofrece la "Era de la Informática". De acuerdo con la ideología conformista de mercado dominante, ni siquiera el acceso público sin límites se considera una tarea en la que el gobierno deba intervenir. Por citar sólo un ejemplo, la idea de instalar terminales públicas en gran número de lugares para proporcionar un acceso barato y masivo a la red nunca se llevó a cabo por falta de financiación (la alternativa comercial, que funcionaba con unos llamados "pilares de Internet" operados por medio de tarjetas telefónicas e instalados por la compañía de telecomunicaciones es increíblemente tosca y resultó un estrepitoso fracaso). Quizás ésta sea la principal razón por la que Internet sigue siendo un medio tan exclusivo. Este enfoque sólo sirve para apuntalar la idea de que el público es una especie de "tercer espacio" flotando entre la participación comercial y el control del Estado. Pero esto ya era así con el modelo mediático neerlandés antes de Internet, que se centraba en lo excepcional, con sus asociaciones radiofónicas y televisivas estilo "columna", definidas por el sistema de valores de sus miembros y financiadas mediante prorrata de sus cifras. Por otra parte, de acuerdo con la costumbre local, siempre y cuando expusieras tus peticiones en el contexto adecuado, la planificación de estructuras, como en este caso las del ciberespacio, siempre estaba abierta a negociación. Ahora que hemos abandonado los setenta con sus bien descritas corrientes de opinión y la idea de un diálogo ordenado entre el público y los encargados de tomar decisiones políticas también necesitamos averiguar la nueva distribución de las influencias. El público en sí se ha estratificado mucho más, sus deseos y exigencias se han hecho más diversos y la forma de manifestarlos se ha convertido en parte intrínseca del paisaje mediático. La toma de decisiones a nivel local, sin embargo, ha pasado a ser un proceso virtual, y no sólo en el sentido técnico. Los políticos pueden aplicar los nuevos medios como puente de unión con su modelo de democracia representativa, mientras que la modernizan y la suben de categoría. Pero esto no es siempre así. Todo depende de la forma en que se produzca la interacción entre el proceso político real y la cultura mediática, ahora cada vez más digitalizada. El enfoque más simplista sería el de instrumentalizar la emergente infraestructura de las comunicaciones electrónicas y ponerla al servicio del diálogo político de corte clásico, de tal modo que los méritos del primero se juzguen por medio del segundo. En el caso de Amsterdam, la Ciudad Digital ha hecho las veces de foro de Internet diseñado para ser el lugar donde se desarrollan los debates sobre el futuro del aeropuerto de Schiphol ("¿cuanto se puede ampliar?"), la construcción de la línea de metro norte-sur, o de una nueva área residencial o una isla artificial. Esto surtió efecto hasta cierto punto. Las opiniones expresadas (en su mayor parte por gente que se oponía) recibieron mucha publicidad y apoyo. Al final el ayuntamiento no mostró su apoyo a la iniciativa. La ideología oficial de la participación en línea se topó pronto con los límites establecidos por un concepto más conservador (y cómodo) de la "representatividad". Los hackers y otros grupos afines a ellos representan un ejercicio de la política muy diferente. En ellos vemos una política que aborda los problemas a medida que surgen y que improvisa las decisiones sobre la marcha. Se trata de activismo en el sentido más literal de la palabra, el "imperativo de la intervención directa" que se traduce a términos políticos. Temas que podrían resultar problemáticos o incluso explosivos, como los relacionados con la privacidad, el registro de derechos, el sabotaje o la infiltración de secretos, se disuelven en una mezcla de pragmatismo a bocajarro, intensidad inmediata y radicalismo refrescante. Este enfoque permitió que, contra todas las expectativas, el proyecto hacker creciera y prosperara hasta convertirse en uno de los principales servidores de Internet, e hizo posible que la Ciudad Digital sobreviviera a los casi interminables brotes de fallos técnicos y a la ausencia casi absoluta de orientación conceptual desde la cima. Pero por supuesto no entra en el campo de las grandes narrativas, a pesar de la importancia que se ha dado a la muerte de éstas, de forma que los medios tradicionales se refieren a estos movimientos como apolíticos, a la vez que sucumben a la tentación de perpretar el ritual ataque contra los hackers de vez en cuando. La clase política, que es incapaz de verse a sí misma dentro del marco de los medios (excepto para someterse despreciablemente a sus caprichos) y menos aún dentro de una cultura tecnológica, no sabe cómo interpretar esta evolución: tras las últimas elecciones parlamentarias, en mayo de 1998, ninguno de los pocos parlamentarios con conocimientos sobre Internet se reincoporporó a la cámara con sus partidos. Este "choque cultural" suele despreciarse como caso típico del conflicto generacional, aunque no lo sea, y esto supone un mal augurio para el futuro de la dimensión pública del ciberespacio. La figura clásica del activista político también ha tenido que esforzarse para adaptarse al sistema dominante en la era de la información (electrónica). En ningún otro grupo queda tan patente la relación amor-odio con la tecnología que en este. Pero el resultado, más que una escisión entre los grupos, ha sido una personalidad esquizofrénica. Su profunda ambivalencia sobre la naturaleza y las consecuencias de los nuevos medios hasta cierto punto ha impedido que los activistas políticos apuesten con fuerza por la «revolución digital».. Mientras que activistas de todas las ideologías acogieron con entusiasmo los sistemas de tablón de anuncios digitales que surgieron en los ochenta, parece que más adelante no fueron capaces de adaptarse a la mayor envergadura o rapidez de la cibereconomía que se estaba formando. Por ello les pareció difícil poner su práctica al día en materia de tecnología. No se establecieron apenas contactos estratégicos con los hackers o los nuevos empresarios. De hecho, muchos renunciaron a la militancia y se refugiaron entre las filas de Organizaciones No Gubernamentales (ONG) que ahora han adquirido gran importancia. No todos lo hicieron, y, además de unas pocas organizaciones de base dedicadas a "nuevas preocupaciones" (derechos de los animales, tecnología genética, oposición a la construcción de carreteras, etc.) con una abundante y efectiva labor, Amsterdam ha sido testigo de la aparición de una serie de proyectos radicales que cuentan con un nivel recomendable de presencia de Internet (como las emisoras piratas de radio De Vrije Keyzer y Radio 100/DFM, que ahora funciona plenamente en sistema RealAudio, el grupo de investigación sobre servicios policiales y de seguridad Jansen & Janssen y el proveedor de marco político ("polprov") Contrast.org). En el plano cultural institucional, a mediados de los noventa se empezó a sentir la necesidad de ampliar el espectro de programación pública dentro del ámbito de la cultura tecnológica. Esta necesidad era más acusada si tenemos en cuenta que los centros disponibles no reunían las condiciones necesarias para albergar esta nueva actividad. La moda Internet, que alcanzó su auge en los Países Bajos hacia 1994, promovió un clima de expectación cada vez mayor ante la posibilidad de crear una sociedad plenamente digitalizada y centrada en la comunicación. 1994 también fue el año en que se crearon numerosos servidores de Internet, oficinas de diseño, casas de software, "revistas sobre el ciberespacio" y otras iniciativas con la letra "e" superpuesta a todas ellas. Esta nueva cultura cristalizó en un conglomerado de acontecimientos y manifestaciones que se sucedían a un ritmo cada vez mayor. Lo que empezó como un acontecimiento intimista para tecnoartistas en la planta de embotellamiento reciclado de leche (La convención de Wetware, 'The Wetware Convention', 1991), acabó transformándose en una serie de reuniones masivas para las que se precisaban lugares tan grandes como el recinto de la feria de automóviles RAI (Las puertas de la percepción, 'Doors of Perception' 1993/94). De Balie puso en funcionamiento la serie de 'Life Magazines' en las que los debates políticos de Amsterdam se reinventaban y adaptaban al nuevo entorno de la cultura de los medios. El mismo personal organizó también las conferencias "Los cinco próximos minutos" ('Next Five Minutes'), celebradas en 1993 y 96, que se centraban en el activismo mediático "táctico" a nivel mundial. Entretanto, la organización V2 se encargaba de las formas de expresión más estrictamente artísticas. Esta organización se acababa de mudar a Rotterdam (desde una ciudad de provincias) y en 1995/96 organizó el "Festival Neerlandés de Arte Electrónico" ('Dutch Electronic Art Festival', DEAF). Aún así existía el temor a que el concepto de dimensión pública corriera el peligro de ser arrastrado por la creciente ola de comercialismo dominada por el mercado de software y hardware informático y su marketing a gran escala. En Amsterdam, el Instituto Neerlandés de Diseño se abrió con el fin de responder a las necesidades en el campo del diseño, que constituye una actividad básica en el panorama cultural (e industrial) neerlandés. La creación de la Asociación para Viejos y Nuevos Medios en 1995 supuso un paso hacia la consideración de la dimensión política implícita en el crecimiento de la cibereconomía. Éste fue el resultado de la fusión del programa cultural de Paradiso con el de De Balie, dos centros que hasta ahora habían organizado y albergado muchos de estos acontecimientos. Proteger, desarrollar y extender la dimensión pública se convirtió en la misión explícita de la sociedad de medios. Detrás se encontraba un poderoso deseo de materializar lo que hasta entonces tan sólo había sido objeto de especulación. El acceso público se realizaba enteramente, por razones prácticas, desde Amsterdam, al menos el acceso público que se pudo lograr sin el compromiso del gobierno, y surgió una pregunta: la atención ¿en qué se centró? y de modo relacionado ¿con qué calidad de acceso se contaba?. Estas preocupaciones eran paralelas al nacimiento de los "proveedores de contenido", como desk.nl. La Asociación para Viejos y Nuevos Medios, que en 1996 consiguió alquilar el histórico castillo de Waag, edificio emblemático situado en el centro de la ciudad, puso en marcha rápidamente un programa de exposiciones, debates, cursillos y formación, investigación y desarrollo de herramientas y software y por último, pero no por ello menos importante, de diseño (interactivo). Al asociarse con los encargados de la legislación y los órganos legislativos a nivel local, nacional e internacional la sociedad también lucha por influir en la elaboración de políticas oficiales. Éste es también el propósito de acontecimientos públicos innovadores, tales como la campaña "¡Queremos anchura de banda!, la conferencia europea "De la Práctica a la Política" (P2P), y el "Primer Día Internacional del Navegador" (First International Browser Day), todos celebrados entre 1997 y 1998. Esta ambiciosa variedad de actividades, sin embargo, tiene malas consecuencias en cuanto al grado de libertad operativa. El programa garantiza la disponibilidad de presupuestos cada vez mayores con su correspondiente carga administrativa. Esto tiene como resultado un aumento en la profesionalización, que crea una capa de actitudes corporativistas en un grupo de personas cuya gama de actividades no ha cambiado sustancialmente. Como desde que se produjo esta institucionalización no han sufrido grandes cambios ni el enfoque básico ni la posición social (ni mucho menos el sueldo) de los participantes, hay una rivalidad cada vez mayor y se prevén conflictos entre los diversos proyectos cuyos objetivos son culturales pero que cada vez se gestionan más como negocios. La importante paradoja que se presenta ahora es cómo conciliar los enfoques autónomos de principios de los ochenta y el carácter comercial impelido por el crecimiento de las iniciativas a mayor escala. Una vez pasa la emoción ante la novedad no es nada sorprendente tener que enfrentarnos a las dificultades diarias que conlleva la gestión de una típica pequeña o mediana empresa. Esta trayectoria, que supone un duro proceso de adaptación a varios niveles, es la que al parecer están siguiendo todas las iniciativas surgidas de la cultura del artista activista que aún no han desaparecido. Lejos quedan los dilemas de los sesenta y la preocupación por "la marcha por las instituciones". El temor a traicionarse a uno mismo o a perder la independencia ha sido sustituido por la ansiedad de convertirse en un actor principal, ansiedad que por su parte desemboca en la presencia permanente y paralizadora de la posibilidad de renunciar. La cuestión ahora es cómo interpretar las aparentemente nuevas leyes bajo las que opera la nueva economía virtual y ver qué papel pueden desempeñar en este entorno las fuerzas creativas y los "artesanos digitales". Sin embargo, y a pesar de las evidentes limitaciones, la cultura digital de Amsterdam está en un momento espléndido. Una de las consecuencias que menos se conocen de esta evolución es la creación de más de 10.000 empleos durante los últimos dos años en el campo del diseño, la ingeniería de software y los servicios en un diversificado grupo de pequeñas y medianas empresas. Ni el dogmatismo político tradicional, que en Amsterdam es de signo socialdemócrata, ni la filosofía yuppy neoliberalista dominan aquí (incluso la Asociación para los Viejos y Nuevos Medios intentó una estratificación de su organización con fines comerciales, pero sin mucho éxito). Tanto los empresarios como los empleados proceden a menudo de la misma cantera, la del techno-trance-rave, todo ello sazonado de activismo okupa y ética hacker. La experiencia en el campo del teatro, las artes plásticas y la música se puede aplicar sin problemas a proyectos excepcionales, sean comerciales o no. Lo que en otros lugares se denomina modernización, a menudo en Amsterdam se convierte en un proceso de trabajo subcultural donde no todo está sometido desde el principio a las leyes de la moda ni del mercado. Esto no ha detenido el continuo y aparentemente inevitable proceso de institucionalización de las iniciativas sociales, pero parece haberlo limitado bastante. Bibliografía y páginas web: Adilkno, Cracking the Movement, Autonomedia, New York, 1994 Geert Lovink, Creating a Virtual Public: The Digital City of Amsterdam in Ars Electronica Festival Catalogue, Linz, 1995 Rob van Driesum, Lonely Planet Amsterdam Guide, 1997 http://www.dds.nl (Digital City Amsterdam) http://www.xs4all.nl (Servidor de acceso a Internet) http://www.waag.org (Asociación para los Viejos y Nuevos Medios) http://www.desk.nl (servidor de contenido cultural) http://www.contrast.org (servidor de contenido político) http://www.v2.nl (V2 Organización para las Artes Electrónicas) http://www.balie.nl (Centro De Balie para la Cultura y la Política) http://www.mediamatic.nl (Revista Mediamatic sobre arte de nuevos medios) http://thing.desk.nl/bilwet (Archivos Adilkno) [Traducción: Carolina Díaz Soto] |