Entre un remo y un objetivo
Jordan Crandall


VERANO DEL 98. Una época extraña y de desasosiego. Estoy sentado en una sala de conferencias en América Central con la insistente sospecha de que los viejos modelos, como balsas deterioradas, ya no funcionan. Pienso en teorías visuales y me encuentro atrapado por una imagen, secuestrado por algo parecido a un anuncio de Pepsi. Lanzado a un deporte de riesgo, tirado sobre una gran balsa en la orilla de unos rápidos brutales de agua clara equipado con un remo. ¡Jerónimooo!

Pero, espera: ¿Qué hay de las estrategias visuales? No, no. No sirven para nada en el descenso de un río. Dime, ¿cómo aprendiste a nadar? ¿Con teorías o con la práctica? Si es necesario traer algún bagaje, lo que hace falta es una teoría-en-acción, una especie de "teoría de la aventura". Una teoría móvil, una teoría-en-movimiento.

¡Vuela! Me lanzo. ¡Pero mira! No soy el único que se crea nuevas dependencias hacia artilugios antiguos. Uno de los futuros ocupantes de la balsa, una terca mujer de Indiana, está de pie junto a la barca discutiendo con el barquero. El problema era si la mujer debía llevar la CÁMARA en el descenso o no. Le advirtieron repetidas veces que se pasaría la mayor parte del viaje calada hasta los huesos y que sin duda el agua estropearía el aparato. Pero ella se mantuvo firme. No se le iba a negar el derecho a llevar una cámara. Embutida en un salvavidas amarillo como una película fotográfica aún sellada, con la cámara firmemente sujeta en una mano y el remo erguido en la otra, se alzaba amenazadora sobre los ocupantes de la balsa farfullando con el tableteo de una ametralladora. ¡Emocionante posibilidad la de compartir una expedición con un firme y autoritario defensor del instinto fotográfico! Rápidamente propuse una solución intermedia (ante el horror de los otros miembros de la expedición que, obviamente, no deseaban la presencia de fanáticos armados con tales artefactos a bordo y que hubieran preferido coger la cámara y expulsar a la voluminosa captadora de imágenes).

Quizás la cámara y la mujer podían viajar juntas si el aparato permanecía dentro de la nevera, en una bolsita.

La solución era aceptable. La mujer y el aparato embarcaron.

Bajar por un río en balsa no es un deporte relajado. Es preciso remar con un ritmo continuo y coreografiado. El ritmo de los remeros debe coincidir con el de las corrientes y a la vez ir a contrapunto para conseguir así una cierta estabilidad. Con este fin nos sometimos a un breve periodo de entrenamiento. Pronto resultó evidente que la mujer de la cámara, que todavía estaba algo tensa, sólo era capaz de realizar dos movimientos: por un lado un movimiento del brazo a contrarreloj, uniforme como el de una caja de cambios, y por otro, un rápido empellón hacia abajo, durante el cual el remo salía despedido con violencia del agua y quedaba suspendido en el aire. Mirando con desdén tanto al remo culpable como a su inútil activadora, los ocupantes de la balsa se mostraban inquietos.

En nuestros puestos, con los remos en posición, nos lanzamos hacia los rápidos. Remando con fiereza, doblamos una esquina y nos dimos de bruces con una vista espectacular. En ese momento, la fotofanática relacionó cámara con imagen, soltó su remo sin previo aviso y se abalanzó hacia la nevera. Luchó por sacar la cámara de la bolsita y, poniéndose en pie sobre la inestable embarcación, se colocó el objetivo ante el ojo. Inmediatamente después, cayó al agua.

CÁMARA AL AGUA

Atrapada entre corrientes divergentes, la imagen se descompuso. Se movió, sus partes se desincronizaron. Una elemento extraño invadió el mecanismo (la realidad se quebró) y las piezas volaron en pedazos. Rápidamente se rescató a fotofanática, intacta. La cámara, por su parte, había encontrado su destino, flotó durante unos instantes y la poderosa corriente la absorbió: fue ella quien al final "tomó" la foto. La mujer, que evidentemente se llevó la peor parte, quedó abatida. Tras volver a instalarse en su asiento con el líquido de revelado al sol, todavía algo ausente, miró con deseo la superficie del agua, buscando el brillo flotante del metal reflejando la luz del sol, ansiando verlo.

Soñó con una rápida repetición de la jugada, un torbellino rebobinado en dirección opuesta, un sólo instante dorado, en que la cámara, el ojo, el cuerpo y la barca se alzaban para unirse. Gloriosamente reunificadas, todas las partes volvían a su lugar, todos los elementos se sincronizaban de nuevo. De repente, un complejo de distintas emociones se unía, se aliaba, se coordinaba y se mantenía con dificultad en su sitio gracias a las mismas fuerzas que lo habían quebrado. Se cerró una pestaña, se adaptó a la velocidad relativa de la luz, a la distancia y las condiciones de movimiento (rápido, remo, mundo). Un brazo se alzó y quedó en posición, el objetivo atrapó el ojo entusiasmado. Se expuso una imagen y se tomó una imagen en movimiento, una imagen de movimientos inmovilizados. Un complejo de sincronizaciones, la alineación de diferentes movimientos y fragmentos que produjeron una imagen representativa del tiempo, del lugar y de la subjetividad. Pero el tiempo se había escapado ya y el marco estaba vacío. ("Estuve allí/aquí", decimos, señalando la foto "era YO")

Rebobino aún más, de nuevo al comienzo, cuando la mujer se abalanza hacia la cámara con los ojos clavados en la nevera y llego al momento en que se inició el lanzamiento. Durante el vuelo, el cuerpo de la mujer catapultado sobre la balsa en movimiento, recuerdo haber oído un grito -el breve y asustado chillido de uno de los tripulantes de la embarcación, alarmado por el súbito vuelo del cuerpo que rasgaba el marco, un cuerpo fuera de control, un cuerpo que violaba la escena. Un cuerpo surcando el número de registro, atascando las marchas, alterando el centro de gravedad, volando contra las fuerzas que estabilizaban temporalmente la balsa. Una amenaza al equilibrio de la barca, del cuerpo y de la imagen entre coordenadas imaginarias.

EL PRODUCTO AL RESCATE

De repente, surgiendo de la nada, otro de los tripulantes de la balsa sacó alegremente una Canon ES-6000 que guardaba en un estuche Amphibico (marca registrada). Actuaba como un representante del producto al que se le ha encomendado la tarea de manosear el producto, presionar sus botones y dar fe de sus cualidades. Blandió el aparato con entusiasmo, captando las imágenes que a su vez le captaban a él. La fotofanática, animada ante tal espectáculo y revigorizada gracias a los movimientos del obturador entró en acción. Con cada clic daba un chillido de placer. Con los ojos entrecerrados enfocando a distancias cortas dirigía los movimientos del otro intentando conseguir las mejores fotos: ¡allí!, ¡haz una foto de eso!,¡allá!, ¡allí¡. Señalaba con ímpetu, agitando los brazos ( gracias a Dios le habían arrebatado el remo ante el peligro que representaba). La mujer indicaba la orientación, la posición y la dirección con el brazo y con la mano como un policía de tráfico, anticipando las señales, los resultados, y gesticulando frenéticamente para comunicar el lugar, el tiempo y el marco. Está claro que el cuerpo aún no está a la altura de las disyunciones del aparato. A menudo se encuentra a sí mismo haciendo los gestos más enloquecidos, como si estuviera ahogándose en el agua, intentando desesperadamente mantenerse a flote mediante las señas más primitivas; la gesticulación cruda y desnuda de los brazos, el pataleo desesperado de los pies. Ante toda esta gesticulación, la máquina se mantiene estable.

La mujer de la foto estaba cada vez más inquieta. Porque, por supuesto, las líneas de visión no se mantienen alineadas durante mucho tiempo, las temporalidades se desincronizan. Resulta que el hombre impermeable no estaba sacando las imágenes deseadas, las imágenes que es nuestro deber captar. El tío al final abandonó la cámara y prefirió la experiencia de primera mano. Sobrecogido por la actividad exhilarante de los rápidos y el emocionante burbujeo de la espuma y del espíritu, ya no le interesaba sacar fotos. Extendió los brazos al máximo y echó la cabeza hacia atrás como Kate Winslet en la proa del Titanic. La fotofanática era totalmente incapaz de participar en este tipo de contacto directo. Enrojeció de ira, lanzando una mirada posesiva a la cámara que ahora yacía inmóvil junto a los pies del hombre. Su mirada se repartía entre las imágenes reales y las del conducto que era la cámara, aunque era muy difícil interpretar esa mirada, ya que sus movimientos oculares ya no iban acompañados por los de su cuerpo, que parecía congelado. Una inmovilidad extraña y descoordinada tomó posesión de ella.

Sorteamos una curva y se nos recompensó con una vista asombrosa. La mujer, al darse cuenta con pavor de que la mejor vista podría escapársele y por tanto no realizarse nunca, no pudo contenerse más. Catapultada a la acción, se lanzó a través de la balsa como un jugador de fútbol, se hizo con la cámara y sacó la foto.

Un grito más: éste aún más agudo, al recrearse e intensificarse el acto con el aumento de los riesgos que conllevaba la captura y coordinación de los elementos. Al mismo tiempo que chillaba, la otra mujer alzó involuntariamente el remo en ademán de defenderse del peligro de un cuerpo descontrolado que se abalanzaba hacia ella entrando directamente en su campo visual. Tras este ataque virtual, la fotofanática, que había llegado al límite de su capacidad, yacía desgastada en el suelo de la balsa. La compañera de balsa asustada bajó lentamente el remo y la cámara sumergible, libre de todo operador rodó por la superficie de goma suave ondulada.

LA REDENCIÓN DE LA VISIÓN

La fotofanática y el hombre impermeable intercambiaron las despedidas de rigor. No hablaron de posibles contactos en el futuro. Daba igual que ella nunca fuese a poseer las fotos, ni siquiera que no las fuese a ver nunca. Las fotos "preservan" la reproducción de lo visual. Lo importante es que la foto se tomó, es la captura, la producción, su *existencia* en algún lugar, de algún modo. Porque de otro modo todo se "perdería", todo lo que nos queda es la imagen de una foto que pudo haber sido.

[Traducción: Carolina Díaz Soto]